Construimos una realidad que luego creemos que nos prexiste ¿Cómo puede ser?
Este artículo traza recorrido que tiene como eje la ficción. La capacidad de producir ficciones acerca de la realidad ha permitido que el ser humano se diferencie de los animales no-humanos, construyendo creencias, relatos y mitos compartidos. Esto ha posibilitado la cooperación de miles de personas, constituyendo sociedades inmensas. El carácter ficcional también es analizado en la construcción de la narrativa que cada persona realiza acerca de la historia de su vida. Asimismo, se explican relatos y mitos a nivel familiar, y la relación con el funcionamiento de los sistemas familiares.
Para el historiador Yuval Noah Harari (2014), lo que distingue al homo sapiens de otros humanos es la capacidad de inventar y contar ficciones. Éstas no son simples descripciones del mundo, son leyendas, relatos y mitos que aparecieron luego de la revolución cognitiva, hace 70.000 años. Esta capacidad no se reduce a la mera invención de la ficción, sino al hecho que los otros la crean. El lenguaje específicamente sapiens ha permitido desarrollar los chismes, que mediante la creación de lazo social, han promovido la cooperación en actividades básicas de supervivencia, tales como la caza o la competencia por recursos.
Animales de muchas especies logran conocerse y confiar entre ellos, en pequeños grupos con pocos miembros. Al sapiens, compartir ficciones le ha permitido la cooperación a gran escala basándose en mitos comunes. El Código Hammurabi, el Antiguo Testamento, el dinero y los Derechos Humanos, son ficciones imaginadas que ordenan la vida social, cuando son compartidos por miles de personas. Harari (2014) explica que estos relatos ficcionales permitieron el pasaje de la frase: “¡Cuidado, un león!” a “El león es el espíritu guardián de nuestra tribu”. Los efectos sobre la conducta de cada intercambio lingüístico son considerablemente distintos y son infinitas las distintas construcciones ficcionales que se pueden crear.
Ante un mismo hecho existen múltiples ficciones que pueden entrar en contradicción. Por ejemplo, el dolor en el parto humano, en el Génesis, es atribuido al castigo por el pecado original. Por otro lado, cualquier libro de biología explica que dentro del proceso de hominización se reconoce el inicio de la bipedestación. El cambio de postura ha producido cambios en la anatomía de la mujer, estrechando las caderas, reduciendo el canal de parto, por lo tanto, produciendo mayor dolor. Ambas son ficciones sostenidas en fuentes históricas y tienen efectos concretos en la vida actual, puesto que ambas regulan la vida social, tanto la explicación científica como la religiosa.
En la misma línea, el construccionismo social plantea que no existe una realidad absoluta, sino visiones que se presentan como verdaderas. Por ejemplo, Watzlawick (1979) desdobla el concepto de realidad, diferenciando una realidad de primer orden (aquellos aspectos de la realidad que se refieren al consenso de la percepción y se apoyan en pruebas experimentales) y una realidad de segundo orden (sentidos y valores de los objetos). Se entiende, por lo tanto, que la realidad es una construcción social, resultado de acuerdos de significados, dentro de interacciones lingüísticas (Wainstein, 2006). Olvidamos que somos arquitectos de la misma realidad por la que sufrimos (Watzlawick, 1980) o nos alegramos.
Bruner (1990) ha explicado que la vida colectiva no habría sido posible sin la capacidad de organizar y comunicar las experiencias a través de la narrativa. Ésta da forma a la realidad tan rápida y automáticamente que es difícil descubrirlo y fácil negarlo. La elaboración de marcos narrativos permite construir mundos, segmentando, ordenando y otorgando sentido a los acontecimientos que en él ocurren. Lo que no logra ser estructurado en la narrativa, se olvida, se altera adaptarse a las representaciones canónicas o se presenta como extraordinario (Bruner, 2013).
Esta capacidad de producir ficciones permite construir representaciones sociales compartidas sobre cualquier objeto social, y luego la Teoría de las Representaciones sociales[1]. El sapiens se ha convertido en autor de su propia narración. De acuerdo a autores como Bruner (1990, 2003), Goolishian y Anderson (1998), Schafer (1981, en Bruner, 1990), Benveniste (1971, en Bruner, 1990), entre otros; el self (sí mismo) es una manifestación de la acción de hablar acerca de uno mismo. Si bien Bateson (2006) analiza patrones de conducta independientes del contenido, menciona el self como un componente mitológico en relación a sistemas que lo incluyen. Sería una división arbitraria entender a determinados elementos de un sistema como un “yo”.
Mito de la Familia Nuclear
Cualquier forma de organización social es resultado de un proceso socio-histórico que ha ido variando desde la revolución agrícola hasta la actualidad. Se trata de una construcción social que responde a necesidades de cada época y cultura. No hay un sustrato biológico que determine las formaciones sociales ni su variabilidad (Berger y Luckmann, 1968). Las explicaciones religiosas no condicen con las investigaciones antropológicas, puesto que éstas indican que no ha existido un único modo de vida, sino sólo opciones culturales (Harari). Sin embargo se han institucionalizado formas específicas y poco flexibles acerca de cómo se organiza la vida en sociedad.
Existe un mito sobre la familia nuclear como modelo ideal: padres unidos en matrimonio, hijos propios y roles distribuidos rígidamente (hombre encargado de aportar económicamente al hogar y mujer desempeña tareas domésticas). No obstante, una familia es una institución definida por normas para la constitución de la pareja sexual y de la filiación intergeneracional (Arriagada, 2007), por lo que no implica en sí misma las formas particulares en las que cada familia vive. Visiones tradicionalistas y/o religiosas sostienen este modelo familiar como natural y ahistórico. Harari (2014) explica: “es una regla de oro de la historia que toda jerarquía imaginada niega sus orígenes ficticios y afirma ser natural e inevitable” (2014, p.156). Se entiende, por tanto, que luego de aceptar este modelo como natural, cualquier familia que no encaje en él, se desviaría de la norma, bordeando lo patológico.
Se pueden distinguir distintas formas posibles de familias: nuclear, extensa, monoparental, ensamblada, homoparental, padres separados, convenio, etc. La dimensión natural que atribuyen al modelo nuclear, responde a la naturalización propia de los procesos de institucionalización. Toda actividad humana que se repite tiende a generar hábitos (Berger y Luckman, 1968). La tipificación de estas acciones constituye las instituciones que, mediante historias compartidas, determinan el comportamiento humano. El mundo institucional preexiste al individuo y su historia no es accesible mediante su memoria biográfica. Esto implica que desde el nacimiento, la persona es incorporada a este orden ficcional imaginado y educada a partir de determinados valores coherentes con ese orden, el cual lo tomará como natural, y luego reproducirá. Watzlawick y Nardone (2000) afirman que nos damos cuenta que la realidad no es como pensamos que era, cuando estas construcciones fallan, es decir pierden capacidad de explicar los acontecimientos.
Estas ficciones que regulan la vida social precisan de la legitimación institucional para lograr su ubicuidad. La familia desempeña un rol determinante como aparato ideológico del Estado, que permite la reproducción de las relaciones de producción (Althusser, 1988). Lo mismo que en la edad media era legitimado por la Iglesia, en la actualidad es compartido y debatido también por el Estado. Sin embargo, no dejan de ser ficciones y, por tanto, construcciones sociales.
Ficciones en las familias
Así como cada persona construye su mundo y a ella misma a partir de narraciones que le dan sentido histórico a su vida, las familias también construyen relatos compartidos por todos los miembros. La historia de la familia es el relato que construyen de su origen y los hitos más importantes, que explican su presente.
Además de relatos, Ferreira (Bateson, et al., 1980) explica que existen mitos familiares. Son un conjunto de creencias sistematizadas y compartidas por los miembros acerca de los roles y de la naturaleza de las relaciones. Contienen muchas de las reglas secretas de la relación, que se mantienen ocultas en las rutinas diarias y explican el funcionamiento familiar, promoviendo rituales y programas de acción. En vínculos familiares patológicos, pareciera existir mayor cantidad de mitos, más rígidos y obvios.
Se ha planteado también la existencia de mitos maritales (Lazarus, 1985), en donde ciertas interacciones se toman como modelos ideales y orientan implícitamente las conductas de las parejas, generando expectativas que pueden causar sufrimiento o frustración.
Ya sea individual o familiar, la terapia narrativa tiene como objetivo que el consultante pueda re-contar la historia de su vida (Goolishian y Anderson, 1998; White y Epston, 1993). Concibe la terapia como un proceso conversacional (Goolishian y Anderson, 1998), que transforma la historia del consultante. El terapeuta realiza preguntas desde una posición de no saber. Mientras contesta, el consultante comienza a desarrollar nuevas narrativas, restableciendo el sentido de agencia y de intencionalidad. Watzlawick al respecto sostiene que: “quien consigue verse a sí mismo como constructor de su propia realidad se convierte en alguien profundamente responsable,” (2014, p.354).
[1] Teoría que entiende las representaciones sociales como conocimiento del sentido común, socialmente construido y compartido (Moscovici, 1979 en Di Iorio, 2014).
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LIC. FEDERICO CARREÑO
Especialista en Psicología Clínica
M.N 69.864