¿Por qué hay tantos psicólogos en Argentina? ¿Qué tan necesaria es la Psicología?
Mientras que otros países en promedio hay entre 30 y 40 psicólogos por cada 100.000 habitantes, en Argentina superamos esa cifra abismalmente. La Ciudad de Buenos Aires se lleva el premio. Para resumirlo en dos cifras: por cada 100.000 habitantes, en el país somos 204 profesionales, mientras que en la Ciudad de Buenos Aires… 1107 (psicólogo más/psicólogo menos).
¡Listo! Qué excelente noticia saber que toda la población puede tener acceso a consultas y tratamientos psicológicos. Qué bueno saber que tenemos una excelente red de prevención primaria, secundaria y ¡terciaria! Con estas cifras, la calidad de vida de los “porteños” debe ser inigualable.
Ahora veamos la realidad. La prevalencia general de problemas de salud mental alcanza aproximadamente un 23,4%, mientras que la consulta psicológica no supera el 3% de la población. De acuerdo a una encuesta epidemiológica del Gobierno de la Ciudad, de 2.126 encuestados, 537 (25,3%) han padecido problemas emocionales en el último mes. El 16% de la población no cree que un profesional lo pueda ayudar y un 28% quiso esperar a que cediera sólo. Para completar el cuadro, el 15% de las personas que consumen psicofármacos lo hace sin receta médica. No pareciera tan bien organizado este tema.
Entonces, hay muchísimos psicólogos pero no podemos ayudar a la población que lo necesita. El Sistema Total de Salud no ha podido organizar y distribuir la atención psicológica de forma eficiente para mejorar la calidad de vida, mucho menos prevenir futuros problemas de salud mental. La formación de los psicólogos es eminentemente clínica y existe muy poca perspectiva que apunte a la prevención.
Todo esto sucede en una metrópolis. Mala combinación. Según el Departamento de Psicología Clínica de la Universidad VU de Amsterdam, las ciudades más urbanizadas, tienen una tasa de prevalencia de uno o más trastornos psiquiátricos 77% superior a las ciudades de menor urbanización. En la misma dirección, cuanto más urbanizada una ciudad, mayor prevalencia de trastornos de ansiedad y depresión.
Una posible explicación se basa en el mayor grado de aislamiento que existe en las ciudades grandes. La red social se limita cada vez más. Eso sí podemos afirmar contundentemente: cuanto menor la red social de apoyo, más probabilidad de que nuestra salud mental se desestabilice.
La psicología es fundamental, en tanto pueda ofrecer distintos ámbitos de inserción y distintas perspectivas. La clínica desborda de oferta, mientras que hay poca formación en el ámbito educacional, laboral, judicial, y mucho menos en el comunitario. La psicología tendrá que consolidar sus acciones, a través de Políticas de Salud Pública, para ofrecer respuestas a fenómenos macros, y no sólo intentar dar tratamiento cuando ya es tarde. Y ya sabemos, aumentar la red social, aumenta la contención, disminuye la probabilidad de aparición de patologías y mejora la calidad de vida. Quizá, siempre lo supimos, y la respuesta que tenga que dar la psicología sea social.
En opuesta dirección a cientos de fenómenos sociales, la consulta psicológica no ha sido naturalizada en gran medida. Muchas veces resulta aceptable que una persona realice psicoterapia por muchos años y se considere como un espacio para un trabajo personal. Distinto es cuando hablamos de trastornos mentales. Aquí ocurre algo distinto: se invalidan o minimizan los síntomas de estados depresivos o ansiógenos, mientras que se demoniza y horroriza ante la esquizofrenia o el trastorno bipolar.
Diversos fenómenos históricos y culturales, han encerrado a los trastornos mentales (junto con aquellos que lo padecen) en instituciones psiquiátricas. Pareciera que hasta hace pocas décadas no se ha encontrado mejor opción que separar a los “locos” de la sociedad “sana”. La emergencia de nuevas perspectivas (la antipsiquiatría-quizás la más influyente) que critican fuertemente la aplicación del dispositivo médico tradicional (hegemónico) y fundamentalmente el psiquiátrico. La crítica clave apunta a la medicalización de problemas que son etiológicamente sociales.
Sin entrar en detalles, existe un Manuel Diagnóstico de Enfermedades Mentales (DSM-V) que delimita sobre un continuo de síntomas, cuándo se constituye como un Trastorno Mental, ubicable en una categoría diagnóstica. Por un lado, es una herramienta considerablemente útil para realizar un diagnóstico sobre lo que está pasando a una persona y el tratamiento más adecuado al cual apuntar. Por el otro, determina qué es un Trastorno Mental trazando una línea divisoria, que es racionalmente cuestionable. La inclusión de un síntoma en una categoría puede duplicar o triplicar la cantidad de personas que comenzarían a ser consideradas con un trastorno mental e impactar directamente en el aumento en el consumo de psicofármacos. Psicofármacos que venden las empresas farmacéuticas que sostienen las investigaciones que determinan qué considerar Trastorno y el tratamiento farmacológico pertinente.
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LIC. FEDERICO CARREÑO
Especialista en Psicología Clínica
M.N 69.864